Las Proyecciones
- Jordi Salat
- May 22, 2023
- 3 min read

En un artículo anterior hablé del efecto Pigmalión y de la gran importancia que las expectativas que tenemos sobre los demás tienen en su comportamiento y, finalmente, sus logros.
En este artículo vamos a seguir hablando de ese tema, pero desde un aspecto muy concreto: qué ocurre con las expectativas de los padres con respecto a sus hijos/as.
Todos los padres queremos que a nuestros hijos/as les vaya bien en la vida y, a ser posible, mejor que a nosotros. Tener expectativas positivas hacia ellos es normal y bueno, pues es lo que mueve el desarrollo del niño. Si los padres aspiran a que el niño aprenda algo, se esforzarán por enseñárselo y le transmitirán lo que es capaz de hacer.
Lo mismo ocurre, a medida que se va haciendo mayor, con sus profesores, entrenadores y otros adultos que formarán parte de su desarrollo.
Pero esas expectativas también pueden ser un obstáculo.
Desear lo mejor para nuestros hijos es algo intrínseco al hecho de ser madre o padre. Que les deseemos que gocen de buena salud, que tengan éxito en la vida, que encuentren el amor, que tengan un buen trabajo… hasta aquí está muy bien.
Lo que debemos evitar es proyectar en ellos nuestros sueños, aquello que nos hubiera gustado a nosotros pero que por algún motivo no puedo ser.
De lo que se trata es de ayudarles a alcanzar los suyos
¿Cómo?
Ayudándoles a que desde la infancia tomen sus propias decisiones (por supuesto decisiones adecuadas a su edad).
A que aprendan a seguir sus sueños, respetándolos y ayudándolos… aunque no necesariamente los compartamos (recordemos que son los suyos, no los nuestros).
Se trata de que aprendan también que equivocarse forma parte de la vida. Evitaremos pues comentarios del tipo “ya te lo decía yo” o “¡si me hubieras hecho caso a mí!”… que solo disminuyen su confianza y ponen la atención en nosotros y en el fracaso y no en ellos y en el aprendizaje.
¿Pero, qué ocurre cuando lo que queremos es que cumplan nuestros sueños?
“Que hagan aquella carrera que yo no pude hacer”, o “que sean unos grandes deportistas” (profesionales y millonarios por supuesto como Rafa Nadal, Messi, Cristiano, Lebron James, Márquez, Alexia Putellas, Paula Badosa, Ona Carbonell… tanto da) que a mí me habría gustado hacer o ser. Esas proyecciones provocan en los hijos una gran tensión al sentir que no pueden fallar a las expectativas que sus padres han depositado en ellos.
Cuando los niños crecen en un ambiente de excesiva atención, preocupación asfixiante o cuando los deseos de los padres son convertidos en obligaciones o expectativas demasiado altas para las capacidades del hijo, este puede encontrarse en su edad adulta con graves problemas de insatisfacción y de baja autoestima.
El niño o joven crece sintiendo ser insuficiente o poca cosa para sus padres, que esperan que sea “el mejor” o “el más”. Esta actitud de exigencia extrema le creará mucha tensión interna y puede generarle una fuerte sensación de fracaso por no haber estado a la altura de lo que se esperaba de él.
Eso lleva a una situación perpleja, tanto si se somete a los deseos de los padres, como si no se somete y escoge su camino, acabará alejándose de ellos. En el primer caso lo hará por frustración y rabia y en el segundo, porque se sentirá culpable por no complacer los deseos de sus padres.
Después de lo dicho anteriormente, la pregunta es:
¿Es conveniente tener expectativas respecto a los hijos?
Por supuesto que hay que tener expectativas, pero siempre que sean positivas para el desarrollo de nuestro hijo. Una expectativa de confianza en sus capacidades para enfrentarse a una situación nueva le reforzará la seguridad en sí mismo; en cambio, todas aquellas expectativas que esencialmente son proyecciones de los padres hacia sus hijos están abocadas a crear conflictos en el hijo y en las relaciones de este con los padres.
David Solà, en su libro Este adolescente necesita otros padres, nos dice:
“Las expectativas que los padres tienen sobre los hijos no siempre se manifiestan explícitamente, pero en la mayoría de los casos se intuyen de forma subliminal, de tal manera que en los hijos se despiertan sentimientos y actitudes que les disponen a colaborar o a enfrentarse con las figuras de autoridad, a ser estimulados para superarse o a caer en el desánimo.”
Exigir a un hijo que se someta a lo que deseamos que sea o que haga, no es lo mismo que exigirle que dé lo mejor de sí mismo y mostrarle apoyo y confianza.
Apoyarle y ayudarle a que siga su camino es lo mejor para que pueda llegar a ser el ser humano que realmente desee llegar a ser.
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